Sagrado Corazón de María: un corazón «en salida”

Posted junio 23, 2022

En colaboración con el grupo » Herencia y Espiritualidad».                                                                                                 

                                                                    Waldemar Bettio Brasil – IRSCM                                                                                                                              

«Le pido a Dios que te llene de su gracia; le ruego a la Santísima Virgen que te tome bajo su protección. (Jean Gailhac, en: Cartas al RSCM. GS/8/IX/86/A. Vol. II).

El 25 de junio del 2022: el mundo católico cristiano celebra la fiesta del Corazón Inmaculado de María, un día después de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Dos corazones unidos en el calendario litúrgico, como unidos estuvieron en vida. Para el Instituto de las Hermanas del Sagrado Corazón de María es un motivo de alegría, reflexión y compromiso.

Cuando, en 1849, el padre Jean Gailhac vincula la naciente congregación al Sagrado Corazón de María, no lo hizo por casualidad. Según la Hna. Rosa do Carmo Sampaio, en «UN RECORRIDO A TRAVES DE LA FE Y DEL TIEMPO” – La Historia de las Religiosas del Sagrado Corazón de María», esta elección está ligada al ambiente espiritual de Francia en aquella época. Desde principios del siglo XIX se había desarrollado en el país una teología mariana según la concepción del cardenal Pierre de Berulle, fundador de los Oratorianos y principal exponente de la Escuela Francesa de Espiritualidad. Para él, María debía ser entendida en íntima conexión con Jesús como el camino más accesible para llegar a Él. Este desarrollo teológico está presente de manera especial en la devoción a la Inmaculada Concepción y al Corazón de María. Afirma Sampaio:

 “Se puede concluir que el nombre del Instituto del Sagrado Corazón de María está plenamente integrado en la época, en la medida en que es reflejo del ambiente espiritual que se vivía en la Iglesia.

Es natural y comprensible que, aunque Gailhac haya dado al Instituto una espiritualidad cristocéntrica, haya buscado en María el mejor modelo que las religiosas, también mujeres, pudieran seguir para configurarse con Jesucristo.

Para Gailhac, la vida de las Hermanas del Sagrado Corazón de María debe ser seguir a Jesús, imitando a María, porque «el espíritu de María es precisamente el espíritu de Jesucristo». María es, en el plano humano, la imagen más perfecta de Jesús. Imitándola, las Hermanas están imitando a Jesús. Ella es el camino más seguro, más transparente y más radiante para adquirir el espíritu de Jesucristo. María es, por tanto, un modelo perfectamente identificado con las corrientes teológicas de la época y con la condición humana y femenina de las religiosas”. (CFT, Vol. I, p. 186).

Y, más adelante, Sampaio continúa: 

“La obra de Dios es una sola – la Obra de la Redención – que es también la única Obra de Jesús. A las Hermanas les compete continuar esta Obra de Jesucristo, es decir, ser cooperadoras en la Obra de la Redención. Las obras en las que trabajan las Hermanas no son para él un fin en sí mismas, no son la finalidad del Instituto. Son solamente un medio mediante el cual colaboran en la Obra de la Salvación. Lo esencial es la participación en la Redención de la humanidad. Los trabajos, las obras, y los lugares pueden variar según las épocas, las necesidades, las localidades y los talentos de las Hermanas. Lo que es inmutable es ser dádiva a Dios y a los hermanos, en una perspectiva de liberación de la persona humana.

Esta misión amplía, dinámica, atenta a lo esencial, quiso Gailhac traducirla en el nombre que dio al Instituto. María fue aquella que participó, totalmente, en la misión salvadora de Jesús. María fue la cooperadora más perfecta en la Obra de la Redención. Fue en su corazón donde nació la disponibilidad a Dios, el amor a los hermanos, la donación a Jesucristo. El corazón de María es para Gailhac el espacio de maduración de la Palabra, de las señales, de los acontecimientos. Es el símbolo de la fidelidad, del sí total a Dios.” (CFT, Vol. I, p. 187).

Esta entrega plena e incondicional de la mujer de Nazaret a Dios se refleja en el simbolismo de la imagen del Sagrado Corazón de María. Su corazón, símbolo de la vida, de la interioridad y del afecto, está fuera de su pecho, ardiendo en llamas y rodeado de espinas. Ama tanto que no soporta que lo guarden; necesita liberarse y entregarse a todos l@s que recurren a ella. Arde de celo, en el cuidado de sus hijos e hijas. No se niega ni es indiferente ante el dolor y al sufrimiento de la humanidad, sino que toma conciencia de él con empatía y compasión, lo asume como propio, lo cuestiona y lo combate de forma activa y no violenta, con su postura firme y fiel al lado de los oprimidos, como cuando estuvo al lado de su Hijo, crucificado en la cruz.

La esencia de este corazón abierto, compasivo, solidario y maternal se revela también en el «Sí» inmediato al anuncio del ángel Gabriel; en la prontitud con que acude a servir a su anciana prima Isabel; en la conciencia crítica y profética del «Magnificat»; en la humildad del pesebre, cuando, rechazada por el centro, recibe el calor de la periferia y de la Casa Común, representada por el campo, el pesebre, los animales, la paja y los pastores. También se revela en la inseguridad del desplazamiento por el desierto y la vida de refugiado en Egipto; en el anonimato y la invisibilidad de Nazaret, identificándose con los millones que hoy están así; en la angustia y la maduración interna de los acontecimientos del Templo, cuando el Jesús adolescente se pierde y se reencuentra en la conversación con los doctores de la ley; en la sensibilidad solidaria de las Bodas de Caná, cuando María se muestra atenta a las necesidades de los novios, mediadora con Jesús garantizando la sana celebración. Por último, queda al descubierto en la presencia discreta y fortalecedora al lado del Hijo en su vida pública; en el dolor, el valor y la resistencia revelados al pie de la cruz; en la alegría de la Resurrección; en la información histórica transmitida a los evangelistas y en el testimonio de fe transmitido a las primeras comunidades cristianas. En otras palabras, es en la vida, en el terreno de la historia, en las diversas coyunturas que María reveló quién es: la digna Madre de Jesús y nuestra, cooperadora por excelencia en la Obra de la Redención y, por lo tanto, digna de servir de modelo para las religiosas del SCM y para cada persona que se proponga como proyecto defender y promover la vida en plenitud para todo y todos.

El Padre Gailhac estaba totalmente consciente de todo esto y, consciente de su responsabilidad como Fundador de transmitir a las Hermanas el «espíritu del Instituto», que es el «espíritu de Jesucristo», buscó en María, seguidora ejemplar de Jesús, las características que más ayudarían a las Hermanas a ser «UNA con Jesucristo». ¿Y qué descubrió en el «corazón de María»? «Humildad, obediencia y entrega a Jesucristo» (GS/25/IX/72/C); «El más bello reflejo de Jesús… un corazón lleno de caridad» (GS/17/VII/74/A); «una paciencia admirable y una perseverancia que nunca se rinde» (GS/29/IX/81/A); «Dios en ella y ella en Dios bajo el guía del Espíritu Santo… vida interior» (GS/25/X/81/A); «humilde …. todo el amor … pobre … dedicada a la gloria de Dios renuncias y sacrificios» (GS/09/IX/82/A).

Imitar tal modelo no fue tarea fácil; y Jean Gailhac lo sabía bien. Sin embargo, quería que «sus hijas» fueran santas, ejemplares, «otro Jesucristo». Por eso insistió y animó: 

«Entran en la familia del Sagrado Corazón de María. ¿Y para qué? Llegar a ser santas, cooperadoras en la gran obra de Jesucristo, la Obra de la Redención». (GS/04/IX/82/A)

«Son las hijas del Sagrado Corazón de María, de este Corazón que tanto cooperó en la redención del mundo. La sola mención de este nombre te indica la dedicación y el celo que debes tener para cooperar en la santificación de tod@s para dar gloria a Dios. Que todo en vuestra vida hable de santidad y atraiga a la gente hacia Dios». (GS/10/VI/84/A).

 «Consagradas al Sagrado Corazón de María, vivamos de tal manera que seamos un solo corazón con este Corazón. Qué hermosa es esta vocación» (GS/09/IX/82/A).

Sí, hermosa y desafiante es la tarea de quienes, teniendo a María como modelo, quieren hacerse «uno con Jesucristo» y con Él colaborar en la grande y permanente Obra de la Redención, contribuyendo a que los seres humanos sean cada vez más plenamente humanos, tal como Dios los creó y quiere que sean, por libre elección. Tal misión requiere autocontrol, asociación y hermandad con los demás, cuidado y respeto de la Casa Común y una vida interior que favorezca el discernimiento constante de la voluntad de Dios. ¡Que la capacidad de reflexión del corazón de María y su espíritu de fe y celo nos iluminen en este caminar!

Waldemar Bettio

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