Braga, 28 de diciembre de 2021
Querido amigo Jean Gailhac
Ahora que se cumplen las bodas de oro de mi relación con el Instituto de las Religiosas del Sagrado Corazón de María, vengo a expresar la más sincera y profunda gratitud por el legado espiritual que nos habéis confiado. Reconozco que tengo el privilegio de tener un vínculo afectivo/efectivo con el Instituto que usted fundó. Es incuestionable, e irrefutable, que mi identidad espiritual se basa en la espiritualidad carismática que legaste a tu querido y amado Instituto. Este es el gran milagro, construido a partir de pequeños milagros, a lo largo de estos cincuenta años de conexión. Es decir, la pasión que siento por seguir e imitar a Jesucristo ha ido creciendo y consolidándose en la relación con tantas religiosas de las RSCM y con otros colaboradores que «beben» de la misma Fuente.
Muchas gracias por las cartas tan elocuentes que ha escrito; ¡son un gran tesoro! Son un excelente refuerzo de la Palabra de Dios, porque provienen de un corazón genuino que arde con el Espíritu de Dios.
Todavía recuerdo bien la primera vez que entré en contacto con sus cartas. Fue una sensación mixta. Por un lado, sentía que era de confianza; por otro, sentía que estaba «invadiendo» la privacidad del Instituto. A medida que estos sentimientos se fueron calmando, sentí el fervor de dar a conocer algunos párrafos de esas mismas cartas que destacaban y cuestionaban claramente el comportamiento digno y esperado en quienes, como tú, amigo Gailhac, ponen su confianza en la Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Reconozco que este es otro milagro que Dios ha obrado en mí a través de su mediación.
Reconozco con toda propiedad que todo este camino ha sido y es decisivo para alimentar en mí el Don de la fe. Así, directa e indirectamente, el milagro de mi recuperación física se produce gracias a este don, con su intervención directa, e indirectamente a través de la gran cadena de oraciones y apoyos a mi favor, procedentes de tantas Hermanas y colaboradores del Instituto.
Este milagro comenzó a producirse en cuanto ingresé en el hospital, después de la primera parálisis completa de los miembros inferiores, junto con una parálisis parcial de las vías urinarias, tras un diagnóstico no concluyente de mielitis recidivante. Como no mostraba tristeza, resentimiento o ira, el médico que me atendió se quedó perplejo, hasta el punto de incluir en el informe que era pertinente hacer un seguimiento psicológico. Fue necesaria la intervención de otro médico amigo, que era profesor de catequesis de jóvenes en el Centro del Sagrado Corazón. El médico revirtió la situación tras un testimonio en el que dijo que yo era así: «un hombre de fe».
Tras el segundo episodio de parálisis, en el que pasé otros dos meses en el hospital, recuperé gradualmente la marcha, lo que me permitió hacer todo por mi cuenta, incluida la conducción, en contra de la predicción médica de que quedaría confinado a una silla de ruedas para siempre, justo cuando salí del hospital. La gracia de Dios, la confianza en Él, las oraciones y el apoyo, principalmente de las personas que trabajan en el Instituto, han contribuido a que sienta permanentemente la mano de Dios.
En mi nombre y en el de las personas que diariamente se dirigen a ti, amigo Jean Gailhac, para que intercedas por esta causa de mi rehabilitación, te doy las gracias por la transformación que se ha producido.
De paso, insisto en su intercesión por el milagro de la curación de mis vías urinarias.
Una vez más, mi más sincero agradecimiento por estos pequeños/grandes milagros con los que he sido agraciado por Dios, fruto de su intervención directa e indirecta.
Muy amable,
abrazo fraterno y amigo.
Gaspar Cruz