Un sí que sigue resonando hoy desde nuestra primera profesión 

Posted mayo 3, 2025

Béziers 4 de mayo de 2025

El 4 de mayo de 1851. Cuando abrí los ojos aquella mañana, sentí que el corazón me latía más deprisa. El sol seguía saliendo y la capilla del Buen Pastor esperaba el momento que cambiaría nuestras vidas. Era el día de nuestra profesión, el día en que, ante Dios y la Iglesia, daríamos un paso definitivo en nuestro compromiso. Sentí una mezcla de alegría y miedo. Me preguntaba: ¿estamos preparados? ¿Estamos a la altura de la llamada de Dios?

La ciudad de Béziers ya sabía lo que iba a ocurrir. El obispo, Mons. Charles Thibault, anunció en los periódicos que vendría a presidir la ceremonia. Para mí, eso significaba algo más que un gesto oficial: era un testimonio público de que nuestro trabajo era verdadero, de que nuestra misión venía de Dios. Aun así, no era posible ignorar lo que habíamos afrontado hasta entonces. Los rumores, la desconfianza, las acusaciones… Pero aquel día, sólo quería confiar.

Cuando entramos en la capilla, sentí el peso del momento. Diez de nosotras estábamos allí, a punto de pronunciar nuestros votos. Miré a mis hermanas y vi en sus ojos la misma emoción que me recorría a mí. Algunas parecían nerviosas, otras sonreían discretamente. Entre nosotras estaba la Madre Saint-Félix, tan joven, con sólo diecinueve años. Aún no tenía la edad oficial para profesar, pero su ardiente deseo de entregarse a Dios era desbordante. Cuando supe que el obispo la había admitido, vi que su rostro se iluminaba de gratitud. ¡Qué hermoso era ver un alma tan joven y tan decidida!

Durante la ceremonia, cuando nos arrodillamos para pronunciar nuestros votos, sentí que una profunda paz me envolvía. Mi voz temblaba, pero mi alma estaba firme. Al pronunciar las palabras de mi consagración, me entregué por completo. En ese momento, me di cuenta de que Dios no nos llamaba porque fuéramos fuertes o porque nunca dudáramos, sino porque nuestra confianza en Él era infinita.

En su homilía, el obispo me miró directamente y habló de mi dedicación y mi renuncia. Elogió al P. Gailhac y defendió nuestra misión con palabras firmes. Le escuché en silencio, pero algo se agitaba en mi interior. No era fácil ignorar las críticas, no era fácil seguir adelante cuando muchos dudaban. Pero ahí estaba, la prueba de que Dios dirigía nuestro trabajo.

Cuando firmamos el acta de la profesión, me miré la mano y me di cuenta de la responsabilidad de aquel gesto. No por miedo, sino por la grandeza del momento. Era como sellar, con tinta y papel, algo que ya estaba impreso en nuestra alma. Con cada firma, era como si dijéramos: «Sí, Señor, aquí estamos».

Al final de la ceremonia, mientras la gente nos miraba, algunos con admiración, otros quizá con dudas, supe que nuestro camino no sería fácil. Pero en mi interior había una certeza inquebrantable: el Buen Pastor nos guiaría. La obra que allí nacía no era nuestra, ¡era suya!

Recuerdo una carta del P. Gailhac en la que me llamaba: «hija de Abraham». En aquel momento, no comprendí la profundidad de aquellas palabras, pero hoy, 176 años después, su expresión tiene todo el sentido. Nunca imaginé que la visión, el celo y la fe que prometimos en el altar de la Capilla del Buen Pastor tendrían un impacto en cinco continentes. Mis hermanas, presentes en Francia, Irlanda, Portugal, Reino Unido, Brasil, Estados Unidos, México, Mozambique, Zimbabue, Zambia, Timor Oriental y Angola, siguen hoy dando a conocer a Dios y haciéndolo amar, permaneciendo fieles a nuestra vocación original: promover la vida con dignidad para todos los oprimidos, especialmente las mujeres y los niños.

Cuando pienso en aquel día, mi corazón se llena de gratitud. El viaje no estuvo exento de dificultades, pero cada paso valió la pena. Nuestra Congregación ha crecido, ha cruzado fronteras y ha llegado a tantos corazones. Y todo comenzó allí, en aquella pequeña capilla, con aquellas primeras hermanas, con aquel «sí» que resonó a través del tiempo y de la eternidad.

Seguimos avanzando, con el mismo espíritu y la misma fe. Y, como aquel 4 de mayo de 1851, seguimos confiando en que el Buen Pastor camina con nosotras en el mundo de hoy.

P.D. – Este texto fue inspirado por dos RSHM de diferentes generaciones, con la intención de compartir, de forma creativa e imaginada, el día de la primera profesión de la 1ª comunidad, testimoniada por la Madre Saint-Jean.

Que recordemos siempre estos primeros pasos con gratitud y esperanza, para que el testimonio de nuestra vida consagrada perviva en cada nueva generación.

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