Casa Madre das Religiosas do Sagrado Corazón de María
Hermana Thérèse-Marie Potelle, RSCM
El papel de la mujer en la Iglesia siempre ha sido un tema controvertido con avances y retrocesos. La iniciativa del Papa Francisco con el motu proprio del 11 de enero de 2021, abriendo la posibilidad de que las mujeres tengan un ministerio reconocido en las celebraciones litúrgicas, me hace preguntarme sobre la validez de esta iniciativa.
El pueblo de Dios está formado por mujeres y hombres con toda la riqueza de su naturaleza y la diversidad de sus habilidades. ¿Por qué destacar el compromiso de las mujeres formalizándolo, haciéndolo oficial y permanente? En 1965, el Concilio Vaticano II se atrevió a proclamar: «La Iglesia desea vivamente que todos los fieles sean conducidos a esa participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas, que exige la naturaleza de la liturgia y que es, en virtud del propio bautismo, un derecho y un deber del pueblo cristiano. Esta participación plena y activa de todo el pueblo es lo que se ha de procurar con todas las fuerzas en la restauración y el perfeccionamiento de la liturgia» (La Santa Liturgia n. 14.) Plena y activa, así es la participación de todos los fieles, hombres y mujeres, que se pide para la liturgia. Desde 1965 las cosas han avanzado y poco a poco se han puesto en marcha nuevas prácticas. Tomar el ambón para proclamar la Palabra o dar la Comunión o incluso celebrar los funerales se ha convertido poco a poco en una realidad común en muchas parroquias. Como mujer, siempre he podido tomar el ambón para proclamar la Palabra o dar la Comunión en las diferentes parroquias a las que he asistido. Pero reconozco que el acceso a este servicio se ha visto muchas veces facilitado por el hecho de identificarme como monja y que para las mujeres, las laicas, esto todavía no es automático. Todavía hay sacerdotes a mi alrededor que son reacios a llamar a una mujer para dar la Comunión, a recibir a las chicas alrededor del altar para el servicio de la liturgia.
Así que siento que esta iniciativa del Papa Francisco, abriendo oficialmente la posibilidad de que las mujeres tengan un papel más reconocido en la celebración litúrgica es, al mismo tiempo, un poco y un gran trato. Un gran trato …. este gesto canónico da legitimidad al papel de las mujeres en la liturgia y espero que ayude a aliviar la resistencia además del trabajo de la época. Es un signo de esperanza, como una nota positiva que confirma la apertura de la Iglesia para que las mujeres ocupen su lugar sin prejuicios con la firme voluntad de servir a Dios y al pueblo cristiano. Pero todavía es demasiado poco… sigue siendo una llamada urgente que nos compromete a ir más allá. La cuestión sigue siendo, como siempre, asociar a las mujeres a un pensamiento diferente de la Iglesia. El nombramiento, el 6 de febrero de 2021, de la hermana Nathalie Bécquart, religiosa xaviere francesa, como miembro del Sínodo de los Obispos con derecho a voto, es un paso adicional bienvenido en el proceso de apertura y reconocimiento. También requiere la formación de los miembros de las comunidades cristianas para resolver la ecuación autoridad-servicio en la Iglesia. ¡Y no es una tarea fácil!
Desde los inicios de nuestro Instituto, nos hemos preocupado de que las mujeres «se comuniquen y colaboren con otras para asumir nuestro papel profético en la Iglesia» (Const. N° 27). Fomentar la confianza de las mujeres para que hablen en un diálogo recíproco y fructífero con los sacerdotes es un reto que siempre debemos asumir.
En el contexto muy diferente de la Iglesia de la época del Padre Gailhac, nuestro Fundador, es bueno para mí haber podido leer en una carta que dirigió a una comunidad el 23 de julio de 1884 «Queridos hijos, no son sólo los hombres los que deben participar en la obra divina, las mujeres deben contribuir, y ampliamente». ¡Así que ocupemos nuestro lugar en la Iglesia y atrevámonos a hablar!
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