Carla Castanheira – del último grupo de peregrinos a la Casa Madre
Del 27 de febrero al 1 de marzo de 2022
De todo lo que se lee, se ve y se conoce, nada es comparable a la experiencia de peregrinar a Béziers. Cuatro días de contemplación y absorción en Dios. Ese Dios que ama la vida y todas sus criaturas y que inspiró a nuestros fundadores un amor tan profundo e incondicional. «Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os haré descansar. Toma mi yugo sobre ti y aprende de mí». (Estas semillas que hemos heredado de Mère Saint Jean y del Venerable Padre Jean Gailhac han podido madurar tranquilamente en nuestros corazones durante estos días.
Sin prisas, sin el ajetreo de la vida cotidiana, sin las excusas del sol o de la lluvia… sino en un tiempo propicio para la germinación, en un espacio cándido para el encuentro, en la fuerza de la Luz y de la Palabra, en el silencio de un fruto maduro que se presenta en la mesa de los invitados de los que no tienen nada más que ofrecer.
Así, en la sencillez de los días, pudimos Ser Uno, sabiendo que Somos Todo, fuimos manos y abrazos, dimos parte de nosotros mismos, cosechando hermosos trozos, fuimos una primavera en un amanecer creciente. Esta vivencia, este sentimiento, esta capacidad de estar realmente presente, sin preocuparse por el próximo destino, fue un privilegio único, porque sabíamos que estábamos en casa… Que se equivoquen los que piensan que lo han aprendido todo y lo han absorbido todo… amigos míos, creo que todavía estamos en fase embrionaria. Como decía el Venerable Padre Jean Gailhac, tenemos mucho que hacer en el camino de Dios. Cada uno de nosotros necesita servir en todo el infinitivo del verbo: sentir, participar, colaborar, rezar, amar… Todos somos seres plurales, con tantos dones, algunos aún por descubrir, y necesitamos fortalecer nuestra fe, convirtiéndonos en fieles ejemplos de esta misión que se nos encomienda, necesitamos ampliar nuestras fronteras. Y si hoy vivimos los días pensando en las fronteras de Ucrania, en el amarillo y el azul de su bandera, recordemos también que los dos colores juntos dan lugar al verde, a la esperanza. Y la esperanza no crece por sí misma, necesita ser alimentada, nutrida, cultivada, entre nosotros y con los demás. «Lo que da fuerza y solidez a un edificio es el cemento que, a partir de un gran número de piedras, forma un solo bloque. Lo que hace que una comunidad sea fuerte y poderosa es el espíritu de Nuestro Señor, que reina en todos y cada uno de los miembros y los convierte en un solo ser». (Carta del Venerable PJG, enero de 1883)
En este viaje, no sólo a través de la geografía de los espacios y la historia de una ciudad y sus periferias, también pudimos sumergirnos en lo que habría sido la vida de nuestros fundadores, su confianza en Dios, su tremenda resiliencia, los complicados retos a los que se enfrentaron, las alegrías e inquietudes que sintieron… Sabemos que no fue un camino fácil, pero nos llenamos el pecho de alegría y esperanza al observar la obra construida a lo largo de los años y las innumerables vidas transformadas. ¡Qué bueno es formar parte de esta casa!
Y fue así, con un sentimiento de comunión: en Dios, en el trabajo, en la entrega, en el servicio, que sentimos esa identidad y sentido de pertenencia. Somos colaboradores y trabajamos con la convicción de que lo que hacemos es importante. Sabemos que estamos añadiendo valor a nuestras acciones. Creemos que estamos dejando una huella positiva en el mundo y especialmente en nuestros hijos. Nos sentimos agradecidos de formar parte de esta casa y de trabajar con personas y hermanas que nos inspiran cada día. Sentimos ese amor que se afirma de verdad, con toda la fuerza de Dios, nada puede resistirlo. Caminemos juntos, de la mano del futuro, en unión, en fe y en celo, para que todos tengan vida.
Por ahora, Carla Castanheira Mendes
