«El primer día de la semana, María Magdalena fue temprano al sepulcro, cuando aún estaba oscuro, y vio que la piedra había sido quitada del sepulcro». La Pascua es el tiempo en que celebramos el amor que Dios tiene por la humanidad. Dios, en su amor y misericordia, ha querido que todos nos salvemos.
La Pascua es la celebración de una nueva vida, nuestra salvación. Nueva vida en relación con Dios, con los demás, con la madre tierra y con nosotros mismos. La vida de resurrección puede darse en cualquier lugar. Por eso, al comenzar este tiempo de Pascua, reflexionemos sobre los signos de la resurrección en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en nuestro instituto y en la Iglesia. Sólo cuando hayamos visto dónde Dios ha quitado la piedra seremos verdaderos testigos/discípulos. De este modo, podremos anunciar al Señor resucitado a las personas que encontremos en nuestras actividades cotidianas, tal como hizo Pedro en la primera lectura.
«Corrió, pues, y fue a ver a Simón Pedro y al otro discípulo…». ¿No nos recuerda esto a la sinodalidad? Para experimentar plenamente la resurrección, necesitamos caminar juntos con los demás. En esta Pascua estamos llamados a ser portadores de la buena nueva allí donde nos encontremos como instituto, buscando nuevas formas de vivir nuestro carisma. No debemos tener miedo a la oscuridad, a lo desconocido.
El otro discípulo «vio y creyó». Que Cristo resucitado nos ayude a experimentar la nueva vida que Él nos trae en este tiempo, juntos como Instituto y como Iglesia, ¡para que podamos creer!
¡BENDITA PASCUA A TODOS!
Elizabeth Miti, RSHM – Zambezi